Mons. Vittorino Girardi Stellin, mccj |
“En el credo afirmamos las 4 características de la Iglesia,
a saber, Una, Santa, Católica y Apostólica. Yo misma la explico en la
catequesis, sin embargo me gustaría oírle a usted, su comentario, especialmente
acerca de la segunda característica, Santa. Uno oye tantas “cosas”, tantas
críticas. ¿La Iglesia Santa? ¿quién se lo cree? Espero no molestarle con mi
tono y muchísimas gracias.”
No me molesta en absoluto, estimada Catequista. Con su
expresión, usted quiere expresarme lo que oye y, en definitiva, lo que yo mismo
he oído. Más aún: me he encontrado a
cristianos que se han ido de la Iglesia, de nuestra Iglesia, diciendo que sólo
así, han encontrado a Dios y han cambiado de vida.
¿Qué decir? El dos de octubre del año pasado, nuestro amado
Padre Francisco en su catequesis semanal, nos ha explicado cómo debemos
entender la afirmación que la Iglesia es santa. Le transcribo para usted y para los lectores del Eco Católico, lo más importante
de la Catequesis del Papa.
“La santidad de la Iglesia es una característica que ha
estado presente en la conciencia de los primeros cristianos, desde los
comienzos, y ellos se denominaban sencillamente “los santos” (cfr. Hch
9.13.32.41; Rom 8, 27; 1Cor 6, 1). Ellos
tenían la certeza de que es la acción de Dios, del Espíritu Santo, que
santifica a la Iglesia.
Sin embargo -continuaría el Papa- ¿en qué sentido la Iglesia
es santa si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los
siglos, ha tenido demasiadas dificultades, problemas, momentos obscuros? ¿Cómo
puede ser santa una Iglesia hecha de seres humanos, de pecadores? Hombres
pecadores, mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, hermanas religiosas
pecadoras, obispos pecadores, cardenales pecadores, papas pecadores, todos.
¿Cómo puede ser santa una Iglesia así?
Para dar una respuesta, conviene que nos guíe un texto de S.
Pablo en su carta a los cristianos de Éfeso. En ella escribe: “Cristo ha amado
a la Iglesia y se ha entregado a sí mismo por ella, para hacerla santa” (5,
25-26). Esto significa que la Iglesia es santa porque procede de Dios que es
santo, y quien es fiel y nunca la abandona al poder de la muerte y del mal (cfr
Mt 16, 18). La Iglesia es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios (cfr Mc 1,
24), está unido a ella de manera indisoluble, eterna (cfr Mt 28,20); ella es
santa porque es guiada por el Espíritu Santo que la purifica, renueva y
transforma. No es santa por nuestros
méritos, sino porque Dios la hace santa, (“Santa” pues, porque constantemente
es “santificada”). La santidad de la Iglesia es fruto del Espíritu Santo y de
sus dones. No somos nosotros quienes hacemos santa a la Iglesia, es Dios, el
Espíritu Santo, quien por su amor hace santa a la Iglesia”.
“Ustedes pueden decirme -continúa el Papa Francisco- pero la
Iglesia está formada por pecadores; lo constatamos todos los días. Es verdad
-contesta el Papa- somos una Iglesia de pecadores; y nosotros pecadores estamos
llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por Dios… Hubo quienes
afirmaron que la verdadera Iglesia es la que está formada exclusivamente por
los “puros”. ¡Pero ésta es una herejía!
La Iglesia que es “santa” porque constantemente es “santificada” por
Dios, no rechaza a los pecadores; no rechaza a todos nosotros que somos
pecadores; a todos los llama, a todos los acoge, está abierta para los más
lejanos, y a todos invita a dejarse “envolver” por la misericordia, por la
ternura y por el perdón del Padre, quien a todos les ofrece la posibilidad de
encontrarle, de caminar hacia la santidad”.
El Papa Francisco prosiguió su preciosa catequesis con
indicaciones de tipo práctico. Hasta
aquí nos ha dado una respuesta bien clara que podríamos sintetizar diciendo: la
Iglesia no es “santa” por sí misma, ya que por sí misma está formada de
pecadores y pecadoras, sino que es santa por lo que constantemente Dios, Amor
Trinitario, le ofrece y así la va santificando.
Diciendo que la Iglesia es santa, decimos el cúmulo de dones “santos”
que Dios le concede, en Cristo y por Cristo, quien es su cabeza y como también
indicamos los frutos de santidad que en ella se dan en la medida con que
nosotros correspondamos a la acción santificadores de la gracia divina.