Escrito por G. Martín Sáenz
Ramírez, Diácono Permanente de la Arquidiócesis de San José, Costa Rica.
Llamados a ser Apóstoles en
nuestras las familias, en las comunidades, en el ambiente de trabajo, en las
nuevas fronteras geográficas y culturales, en la construcción de la paz, en el
desarrollo y la liberación de los pueblos, en la promoción de la mujer y de los
niños, en la ecología y la protección de la naturaleza y finalmente en cultura
y en la ciencia. Somos por naturaleza comunicadores de la vida trinitaria. Sin
misión no resistimos como cristianos.
La misión de evangelizar tiene
que alcanzar mayor impulso, no por motivos de posible pérdida de fieles o por
la desmotivación de los que aún se dicen cristianos, sino porque el Dios que
habita en nosotros, el Dios Trinidad, es misionero. Consagrados en la misión de
Cristo y llamados a participar en la misma misión de Cristo, misión universal,
misión sin límites.
En estos años de innegable
entrega y pasión, me llena de alegría, dejar plasmadas las mejores remembranzas
y los momentos más significativos que llegan a la memoria, en las
circunstancias que se vivieron, en el paso a paso a una convocatoria llena de
misterio, de temores y de interpelación. Es retroceder en el tiempo y volver la
mirada a un pasado, para reflexionar la calidad de vida que llevamos, que
tenemos y que compartimos en el servicio de Iglesia.
Al compartir con ustedes estas
líneas, salta la curiosidad de interpelar porqué el diaconado permanente es una
nueva opción de vida y de servicio, llamado a forjar una identidad de servidor,
de amigo, de defensor y luchador de la vida y la justicia. Insertado en el
mundo de los más pobres, marginados y abandonados.
La historia de cada diácono
permanente recoge experiencias de vida, de hombres casados, con familia, esposa
e hijos, con problemas y angustias de sencillos trabajadores, que han
renunciado a sí mismos para servir con entusiasmo y alegría, con amor y
obediencia, exhortando a promover y fomentar las vocaciones sacerdotales y
diaconales, para fortalecer a las familias, en la oración y la comunión
permanente, con fe, esperanza y libertad.