jueves, 26 de abril de 2018

TUS DUDAS: M.M.J. Catequista - Liberia


Mons. Vittorino
Girardi Stellin, mccj
“En el credo afirmamos las 4 características de la Iglesia, a saber, Una, Santa, Católica y Apostólica. Yo misma la explico en la catequesis, sin embargo me gustaría oírle a usted, su comentario, especialmente acerca de la segunda característica, Santa. Uno oye tantas “cosas”, tantas críticas. ¿La Iglesia Santa? ¿quién se lo cree? Espero no molestarle con mi tono y muchísimas gracias.”

No me molesta en absoluto, estimada Catequista. Con su expresión, usted quiere expresarme lo que oye y, en definitiva, lo que yo mismo he oído.  Más aún: me he encontrado a cristianos que se han ido de la Iglesia, de nuestra Iglesia, diciendo que sólo así, han encontrado a Dios y han cambiado de vida.

¿Qué decir? El dos de octubre del año pasado, nuestro amado Padre Francisco en su catequesis semanal, nos ha explicado cómo debemos entender la afirmación que la Iglesia es santa. Le transcribo para usted y para los lectores del Eco Católico, lo más importante de la Catequesis del Papa.

“La santidad de la Iglesia es una característica que ha estado presente en la conciencia de los primeros cristianos, desde los comienzos, y ellos se denominaban sencillamente “los santos” (cfr. Hch 9.13.32.41; Rom 8, 27; 1Cor 6, 1).  Ellos tenían la certeza de que es la acción de Dios, del Espíritu Santo, que santifica a la Iglesia.

Sin embargo -continuaría el Papa- ¿en qué sentido la Iglesia es santa si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido demasiadas dificultades, problemas, momentos obscuros? ¿Cómo puede ser santa una Iglesia hecha de seres humanos, de pecadores? Hombres pecadores, mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, hermanas religiosas pecadoras, obispos pecadores, cardenales pecadores, papas pecadores, todos. ¿Cómo puede ser santa una Iglesia así?

Para dar una respuesta, conviene que nos guíe un texto de S. Pablo en su carta a los cristianos de Éfeso. En ella escribe: “Cristo ha amado a la Iglesia y se ha entregado a sí mismo por ella, para hacerla santa” (5, 25-26). Esto significa que la Iglesia es santa porque procede de Dios que es santo, y quien es fiel y nunca la abandona al poder de la muerte y del mal (cfr Mt 16, 18). La Iglesia es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios (cfr Mc 1, 24), está unido a ella de manera indisoluble, eterna (cfr Mt 28,20); ella es santa porque es guiada por el Espíritu Santo que la purifica, renueva y transforma.  No es santa por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa, (“Santa” pues, porque constantemente es “santificada”). La santidad de la Iglesia es fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No somos nosotros quienes hacemos santa a la Iglesia, es Dios, el Espíritu Santo, quien por su amor hace santa a la Iglesia”.

“Ustedes pueden decirme -continúa el Papa Francisco- pero la Iglesia está formada por pecadores; lo constatamos todos los días. Es verdad -contesta el Papa- somos una Iglesia de pecadores; y nosotros pecadores estamos llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por Dios… Hubo quienes afirmaron que la verdadera Iglesia es la que está formada exclusivamente por los “puros”. ¡Pero ésta es una herejía!  La Iglesia que es “santa” porque constantemente es “santificada” por Dios, no rechaza a los pecadores; no rechaza a todos nosotros que somos pecadores; a todos los llama, a todos los acoge, está abierta para los más lejanos, y a todos invita a dejarse “envolver” por la misericordia, por la ternura y por el perdón del Padre, quien a todos les ofrece la posibilidad de encontrarle, de caminar hacia la santidad”.

El Papa Francisco prosiguió su preciosa catequesis con indicaciones de tipo práctico.  Hasta aquí nos ha dado una respuesta bien clara que podríamos sintetizar diciendo: la Iglesia no es “santa” por sí misma, ya que por sí misma está formada de pecadores y pecadoras, sino que es santa por lo que constantemente Dios, Amor Trinitario, le ofrece y así la va santificando.  Diciendo que la Iglesia es santa, decimos el cúmulo de dones “santos” que Dios le concede, en Cristo y por Cristo, quien es su cabeza y como también indicamos los frutos de santidad que en ella se dan en la medida con que nosotros correspondamos a la acción santificadores de la gracia divina.